EN ROMA CON MARÍA ZAMBRANO

  

                                              EN ROMA 

CON MARÍA ZAMBRANO                               



                                                                                                               no encontramos a ese muchacho en mármol entre los muertos


 

Veo a las dos hermanas trasladándose, con sus gatos desde el Lungotevere Flaminio a la calle de la Mercede. No tienen nada para darles de comer. María piensa en ofrecerles un trozo de su propio brazo.

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 En el puente Sisto un viejo rockero canta Yesterday. Bailo con los gatos de María y Araceli. El olor a escasez aún no se ha ido.

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Es en la Piazza del Popolo, número 3, justamente encima del café Rosati, donde me encuentro con las amigas italianas de María: Vittoria Campos y Elena Croce. Tomamos un vino prosecco. Perfecta sincronicidad. Nos calientan el sol y las cristaleras gemelas de las iglesias barrocas. Nos turban el psicoanálisis y no acertar a interpretar nuestros sueños.

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Almorzamos tranquilamente en la Antica Osteria Brunetti, no lejos del Popolo y cerca del Caffe Grecco. Exquisita pasta y vino del Lazio.

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Ángeles sin saberlo. Escultura en bronce de Timothy Schmalz. Una patera de migrantes en la plaza de San Pedro. En un lateral de la barca, hacinados entre cabezas cubiertas con pañuelos y pies sin sandalias, un padre carpintero, una madre y un niño,

 De la basílica sale La Piedad de Miguel Ángel a recibir a estos 140 refugiados. A contemplar la escultura llega un hombre, cubierto por un saco y unas sandalias de guita, ¿es un peregrino?, ¿o será Bernini pensando que cómo no se le ocurrió a él esta representación?  No lo sé. Tampoco venía este momento en mi guía. ¿o sí? Creo que es un bienaventurado, un simple.

¿Lograrán estos refugiados la condición de exiliados? No sé. Anoche subrayé en Los bienaventurados: Camina el refugiado entre escombros. Y en ellos, entre ellos, los escombros de la historia. La Patria es una categoría histórica, no así la tierra ni el lugar. De repente veo a La Piedad de Miguel Ángel buscarse un sitio en la patera.

“No os olvidéis de brindar hospitalidad a desconocidos, pues hubo quien ha recibido a ángeles sin saberlo”.  Hebreos 13:2

La Piedad es una actitud en la vida: abrazar, recoger el sufrimiento, sostener al caído. En la calle Mendrugo, María escuchaba cantar a Juan Breva,” Mis amigos me desprecian porque me ven   abatío, como to´l mundo corta leña. del árbol que está caío”. Con cuatro años despertó en la niña la Piedad,

Piedad es saber tratar con lo otro. Porque tratar con lo otro es simplemente tratar con la realidad, El hombre y lo divino

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Nos bajamos del autobús 75 en Piazza dell´ Independenza y caminamos hasta Santa María della Vittoria. Nadie en la iglesia. Podemos contemplar todos los pliegues del vestido de Santa Teresa que Bernini muestra gozoso en la Capilla de Cornaro, Recuerdo palabras de Delirio y destino:  Pues, ¿por qué los místicos lograron abstraer el tiempo casi enteramente, vivir en dos tiempos o en tres, como le sucedió a Teresa de Ávila tan lejos que la tenía y había vuelto a pensar en ella?  Quizá porque ella, Teresa, vivió “el instante” en el éxtasis, el tiempo histórico en su acción en el mundo, entre el mundo y vivió también el tiempo de la meditación. En esta iglesia María no sentiría la ausencia de la mística, es por eso que no dejaba de venir aquí en actitud contemplativa a refugiarse de la agitación. Ya que solo el éxtasis en cualquiera de sus formas parece agotar el anhelo, la expectación de la vida humana, esa espera que cada instante del tiempo sucesivo nos trae.

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Sin saberlo me siento a esperar en la misma silla que Alberto Moravia en el Caffé Greco. Sin saberlo, una metáfora de la esperanza.

En esta pared de Moravia, varias fotografías de Ramón Gaya, algún dibujo, y un texto escrito por el pintor murciano. Pregunto por la presencia de María en el Greco y ningún camarero parece saber nada, llaman al encargado quien, ofuscado, dice que todo lo que hay de España son estas reseñas sobre Gaya. Insisto, insisto hasta que un joven camarero con rasgos africanos me lleva a una esquina donde enmarcada se encuentra una carta de María con remite desde La Pièce.  El encargado aparece aún más ofuscado por el hallazgo. Le digo que ese marco está oculto por las mesas, los vasos, los cubiertos, las bandejas. Le pido que lo despejen para hacer una foto. Ningún caso. Este encargado ha sido la única persona en Roma que no se ha mostrado amable. me acuerdo del día que no dejaron a María sentarse en la silla de LeopardiPagamos 18 euros por un café, al entrar cerraron el acceso con un cordón y cada vez que alguien entraba o salía, abrían o cerraban el cordón. Mereció la pena conocer este museo sin catalogar y, sobre todo, conocer la metáfora de la esperanza.

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Sentada, con la mirada puesta en el atardecer del Pincio, leo mi guía, escuchando mi voz analfabeta:

 En las páginas de «Una metáfora de la esperanza: las ruinas», María nos cuenta que cuando vio por primera vez las ruinas del Foro Romano, sintió surgir del fondo de su memoria la voz de su tata Alhama, analfabeta, que le decía, siempre que la veía triste, enfadada o desconcertada: «Mira, nena» y la animaba simplemente a concentrarse en un detalle de su entorno las formas de las nubes, el vuelo de un insecto y que iba transformando a sus ojos en una revelación y en un instrumento de comprensión, es decir en el correlato visible y clarificador, en la liberadora «metáfora natural» de lo que sucedía dentro de ella. Y allí, en el Foro Romano, oía de nuevo la exhortación de su «vieja, sabia, legendaria niñera», ella ha observado, se ha concentrado y con la mirada fascinada de una niña junto con la atención amorosa y razonadora de la filósofa-poeta capaz de infundir sentido y vida incluso en las cosas más muertas; al mirar de este modo ella ha visto «las ruinas de mi patria: Roma». Y después de haberlas visto y percibido así, ella se ha preguntado, siempre con el recuerdo de cuanto sucedía hacía años entre ella y su tata Alhama, si esta vista de las ruinas del Foro Romano era una «metáfora» de la misma naturaleza que las formas de las nubes o el vuelo de un insecto en su infancia y primera juventud: una imagen, en otras palabras, capaz de que algo doloroso y opresivo se transforme en su contrario, se convierta en figuras de comprensión y alivio.              

                                               Roma en María Zambrano. Carlo Ferrucci

 

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Cogemos el autobús 64 en el Coliseo que nos lleva a las catacumbas. Pasada la porta Sebastiano la carretera se empieza a estrechar. Me hace sentir bien este estrechamiento. Conforme más se estrecha, mejor respiro. Árboles y ruinas casi entran por la ventanilla del autobús. La vida se está acercando a la muerte.

Fotografío mis pies en la Antica Via Appia, la calzada que lleva al sur de Italia. Las piedras oscuras, intactas al tiempo, brillantes, finas, indelebles los pasos de María y Araceli buscando al adolescente en mármol. No encuentro al joven. No importa. Estoy convencida de que, en este viaje, como en otros, no voy a tenerlo todo. Sin embargo, no falta juventud en Roma que dé testimonio de la realidad de la escultura.

Se alza imponente la tumba de Cecilia Metela.

Y, caminando entre árboles, ruinas y coches, algo más abajo, cerca de la Porta San sebastiano, el apóstol Pedro se encuentra con Jesucristo y le pregunta: “¿Quo Vadis Domine?” y Él le contesta: «Roman vado iterum crucifigi», Un diálogo que hace cambiar a Pedro de camino, y volver sobre sus pasos, cuando escucha a Jesús decirle que va hacia Roma a ser crucificado otra vez, a que lo crucifiquen aquí de nuevo.

“No hay Jesús sin cruz”, repetía mi padre que nunca estuvo en Roma y nunca vio los pies de Jesucristo.

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Desde el Campo di Fiori, tras admirar el espíritu libre de Giordano Bruno y comprar un clavel blanco en uno de los puestos de su mercado bajamos por Vittorio Emanuele hasta llegar a Porta Maggiore buscando la basílica neopitagórica, iglesia subterránea. Ya Antonio Colinas nos había contado en su libro Sobre María Zambrano que se encontraba cerrada cuando él fue, aun así, quisimos llegar hasta allí por si, acaso, la música de los números nos abría la puerta y podíamos dejar un clavel blanco por España como hacía María. No pudo ser; no nos quedaba más que imaginar a Safo, bajo el suelo que pisábamos. No me podía creer que no estuviera abierta, a pesar de la advertencia de Colinas, y pregunté a dos mujeres jóvenes que esperaban el tranvía. Y, efectivamente, con amabilidad e interés por nuestro interés en esa basílica nos confirmaron que estaba cerrada y que ellas, esperaban que un día se abriera, porque ellas vivían en este barrio de Prenestino. La juventud, en esta ciudad de los tiempos y los sueños, resalta especialmente. Nos han atendido siempre con amabilidad, aunque no encontráramos la estela del joven en la vía Appia. La juventud romana ha sido gentil, educada y generosa con nosotros. Las ruinas resaltan la belleza de lo joven. Cuando se encienden los escasos faroles que iluminan las calles de la ciudad durante la noche, no nos pasa desapercibida la belleza; algunos ven necesario alumbrarla con la linterna del móvil.

Volvemos a Vía Príncipe Eugenio, 65. Tomamos un helado en la heladería más antigua de Roma, Palazzo Freddo. Extrañamente, no se ven grupos de turistas. Reposa la industria turística.

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Existen misterios en la luz de Roma sobre los que aún no he aprendido a escribir. Es un viaje demasiado reciente. Entra el alba por la ventana me dice la primera mañana en el desayuno, la hermana Rosario de la Casa Virgen del Pilar.

Subimos 124 escalones para ofrendar una vela incierta en la basílica de Santa María en Aracoeli.

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“No os olvidéis de brindar hospitalidad a desconocidos, pues hubo quien ha recibido a ángeles sin saberlo”.  Hebreos 13:2


                         Iglesia del Aventino. Esta tarde Roma descansa y encuentra la granada de la amistad.

                                       




 

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