KASUMAI, intemporal
KASUMAI
Me encanta saber de aquellas personas a las que
siento muy cerca a pesar de que están muy lejos. Son eslabones de la misma
cadena. (TheodorKallifatides, Madres
e hijos)
Antes de llegar a la
Baja Casamance, había visto traducido este saludo por ¿Cómo estás? Como otras
veces, observar los gestos, escuchar las explicaciones de quien, con corazón,
ha viajado antes al lugar amplía los conocimientos que ofrece una guía o los
conocimientos rápidos de una búsqueda en la pantalla del móvil. Cuando vi que
Manu tras decir Kasumai y escuchar la respuesta no se movía del sitio, empecé a
comprender el alcance del saludo. No le era imprescindible entender la lengua
diola, no le era imprescindible que el diola entendiese el castellano. Como
viajero que ama su propio viaje se detiene. No hay prisa. Él sabe que el diola
le está preguntando por su familia y por este motivo, Manu, en su lengua, le
dice que anoche habló con su hijo Teo por teléfono y que le preguntó si sigue
el baobab a la entrada de Seleky, que anoche soñó que un dragón se lo tragaba.
El diola parece entenderlo porque recuerda el zumo de baobab que el niño tomó
bajo el árbol el año pasado y la cara de asombro que puso. También le pregunta
a Manu por las piedras vivas que Teo Rodriguez recogió con tanto esmero en la
isla. Y Manu le contesta, en su propia lengua, que su hijo puso esas piedras en
un altar propio. Manu mueve un pie. Aún no ha hablado de su familia de origen,
de Lali López, su madre. No se puede retirar sin informar de la cadena, de todo
el eslabón. El diola le pregunta si su madre sigue cantando. Sin hablar la
misma lengua el africano sabe que su madre
no solo canta por Chavela Vargas
sino que también es su vivo retrato. Observo que Manu no hace ningún ademán de movimiento. Y es que el diola tiene que
hablar aún de todo su eslabón y contarle sobre quienes han muerto en la aldea
después de que él se fuera el año pasado. Asisto a la pertenencia.
Empezó a atardecer y los niños chupaban la
semilla del baobab. El dragón no lo había cambiado de sitio.
De
niña ─empezaba a entrar en el a mí al que tanto alude Chantal Maillard, en el
yo mi me conmigo─ me cansaba el eslabón, de adolescente la
pertenencia me asfixiaba, soñaba con romper la cadena. Cuando iba con mi padre
de la mano, con frecuencia, se encontraba con algún vecino que lo saludaba:”
buenas tardes Fernando y la compaña”.
Pregunté a mi padre por el significado de la palabra compaña. La compaña eres
tú, me dijo. Entendí que se refería a mí como pertenencia. Mi padre, como Manu
y el diola, tampoco tenía prisa, no había que llegar a ninguna hora exacta. Lo
importante era informar sobre su eslabón, explicar el estado de su pertenencia,
escuchar la del vecino.
Empezaba a atardecer. Lo agradecía, me
distraía del eslabón. Así empecé a querer los atardeceres, a esperarlos, a
contemplarlos con quietud.
Me hice adulta y seguí persiguiendo la
individualidad, no hablar de mi familia sino de mí misma. Ser yo misma. Ser una
mujer libre. En este viaje me detengo en la palabra Kasumai, es algo más que un
saludo, es un encuentro, un testimonio: ser
parte de, sentirte conforme con el eslabón que te une con tus muertos y tus
vivos en un solo ser. Es buscar al padre de Abdulá en una caracola y
encontrarme con mi progenitor.
“Primero amábamos a los nuestros, ahora nos amamos a nosotros mismos. Por fortuna ya estoy vieja y no me dará tiempo de ver otras locuras”. Sé que ella lamenta ese mundo suyo que se está perdiendo, y que su tristeza no se cura ni con argumentos ni razones. Ver morir tu mundo poco a poco no es fácil. (TheodorKallifatides. Madres e hijos)
Aquí y Ahora. 27 de
mayo. ¿Estoy perdiendo mi ciudad? Salgo con tiempo. Camino lenta. Paso por
Lagunillas y me sorprenden kilos de sal gorda en el suelo. Ocupa un trozo de la
calle, a la altura de la floristería. El espacio está cubierto por unas lonetas
blancas a modo de jaima. Pienso que es una instalación de alguna artista, algo
novedoso, desde luego─ me digo─ Lagunillas es cada día un espacio más artístico,
un lugar para la innovación. Mientras me hago estas suposiciones, una mujer que
está a mi lado hace la pregunta. Un joven contesta: “esta tarde es la Petalá”, mirando al balcón que está
encima de la frutería Keko.
No asistimos a la individuación
sino a la pertenencia.
Varias mujeres empiezan a extender la sal.
Sigo bajando, llegando a la Plaza de la Merced la gentrificación se me aparece
como un insulto, no hay espacio para una flaneuse. Intento hacerme sitio entre alimentarios
y comederos hasta llegar a la Plaza de los Mártires. Entre tantos turistas
consigo ver un plato de pulpo frito. Estoy segura de que ese pulpo está muy
bien frito. ¿Es el Quitapenas? Los turistas no me dejan ver el letrero del bar.
No es el Quitapenas, es otro bar nuevo. No obstante, el pulpo está bien frito.
Sigo amando esta ciudad,¡ tantos años cobijo
de mis opuestos!
A la vuelta, cuando
subo por Lagunillas las mujeres han acabado de extender la sal, en el centro
han dibujado una gran R de color
amarillo albero. Son artistas, libres de la presión de innovar. La frutería de
Keko ya ha cerrado. Las cestas con pétalos de rosas de todos los colores están
en su sombra. El mismo muchacho sin necesidad de preguntarle, dice: “la petalá para la Virgen es a las 18:10”.
Kasumai ha viajado en la caracola de Abdulá.
“Por supuesto que alguien podría sostener que ellos no eran libres y yo sí. Es el viejo conocido problema de toda sociedad. ¿Obligaciones comunes o libertad individual?”. (TheodorKallifatides. Madres e hijos)
Fotografía de José Luis Raña
Gracias corazón ❤️ qué bonito el sentir de lo que escribes
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