LA CARACOLA DE ABDULÁ. 1 de abril

 

                                                           LA CARACOLA DE ABDULÁ

¿Quién puede hablar

sin saberse

milagro?

                                                   (Rafael Cadenas)

 

En una playa de Gambia, el joven Abdulá me regala una caracola y me dice: cuando la mires piensa en la familia de Abdulá. Me quedo extrañada, le pregunto, ¿cuánto es? Me habla en un inglés mejor que el mío: escucha a la familia de Abdulá, en esta caracola reside toda la familia de Abdulá. Me llamo Abdulá, soy hijo de Abdulá. No olvides a mi familia. It’ s a present for you. La caracola está barnizada. Su tacto, suave. Intento buscar algún dalasi. Repite: aquí dentro está mi familia, no lo olvides cuando mires la caracola; mientras tanto era él quien la miraba con ojos bien abiertos.

       Había colocado la caracola en una estantería junto a libros y otras conchas de la playa de Tujering. Permanecía quieta, junto a esos objetos que tras los viajes se van quedando  sin tiempo, hasta que un día no recuerdas ya de que playa era esa concha y entonces dejan de ser presentes de un altar y lo desplazas a la balda más baja de la estantería, hasta que llega un verano en el que todas las conchas encontradas son la misma concha; el viaje empieza a disiparse. Sin embargo, yo había pensado en contar el mensaje que Abdulá  me encargó con tanto empeño: “no olvides a mi  familia”. Pensé que nombrar esta caracola en uno de mis textos sería una forma de corresponderlo. Pero han pasado días, semanas, noches. La vida ha continuado  su suceder, he hecho otro viaje. Ahora, inevitablemente, escribo desde otro lado. La energía sentida se va desplazando en el altar. Así es para mí la escritura, un  estado impermanente, me pregunto si se corresponde con lo vivido. ¿Cómo desde la distancia física trasladar un sentimiento a palabras? ¿Cómo encontrar  referencias lingüísticas  a una mañana en una playa de Tanjering? En mi cuarto es mi cabeza la que intenta dominar la escritura.

       Otra mañana. Advocación a la escritura en la calle Fernando el Católico: Cojo la caracola, intentando escuchar la pongo en mi oído. De niña siempre tuve una caracola. Mi padre me decía que me la pegara bien a la oreja, así escucharía la mar. Yo no escuchaba el mar, pero para no decepcionarlo le decía que escuchaba unas olas muy grandes. Y me explicaba entonces que cuando él se embarcara esa noche  yo le hablara con la caracola bien pegada al oído. Cuando volvía  de madrugada, contento con la pesca, yo para no decepcionarlo le contaba que me había quedado dormido escuchando su cuento de Las hechiceras africanas. No era verdad. No había escuchado nada. Mentía para no decepcionarlo. Esta mañana he cogido la caracola de Tujering. La he mirado, no he visto a la familia de Abdulá, solo he visto a mi padre descalzo tirando del bote de Modesto. Mentiré a Abdulá para no decepcionarlo. He encontrado arena de la playa dentro de la caracola. Me ha gustado tocarla. Intento devolver esos granos de arena a la caracola, no puedo. Son tan finos, tan finos, que se quedan pegados a mis dedos. Son como esa parte del viaje que ya fue y cuando intento escribirla se convierte en otra materia porque el viaje se ha pegado a mis dedos. No puedo devolver ni la arena ni el viaje a la caracola. No meteré más los dedos en esta caracola, no bajaré esta caracola a la última balda de la estantería. Meto la nariz dentro de la caracola. Huele. Huele a esa mañana. Huele al atlántico de Gambia. No hablo de este olor para no decepcionarme. Escribo de un olor auténtico que siento. Para escribir aún no he encontrado dónde guardar las esencias.

 


 No todos los cayucos de estas playas son pateras. No todos los jóvenes de esta parte de África quieren abandonar esta playa. No todos quieren dejar el canto de los pájaros ni la plumaria ni la buganvilla ni el tambor. Hablan español con acento canario, cuelgan sus dibujos en Instagram,  son parte de una familia capaz de viajar en una caracola.

                           Cojo otra vez la caracola escucho lo que mi padre le recitaba:

A la orilla del mar nací

una concha fue mi cuna

  si no me caso con Concha

no me caso con ninguna.

 

 




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Maravilla de relato Lola...viajar en una caracola mientras escucho música africana. Gracias.

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  2. Muy bueno, supera a todas las anteriores...eres un crack!

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  3. Qué mundo tan cercano y lejano a la vez. Gracias de nuevo por tus palabras querida Lola.

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  4. Muchas gracias a Abdulá y a su familia pues su regalo trasciende al grupo con tu relato Lola, y cobra valor a través de tu palabra ( tal cual hacía y hace nuestra admirada Dama de la palabra María Zambrano) en forma de micro trabajo personal que nutre y alimenta el alma.
    Lola, muchas gracias por compartir tu talento, sensibilidad, desnudez espiritual y generosidad.
    Relatos con bellísimas metáforas vitales que nutren, unen y conectan perdurablemente a la Madre Tierra, con la esencia de cada uno, con nuestros linajes, y nos transportan de nuevo a ese viaje interior tan enriquecedor.

    ...Caracolas que encuentran su linaje...

    ...escuchemos la voz de nuestra caracola...

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