TIRABUZÓN RIZADO
TIRABUZÓN RIZADO
El pelo.
Lugar de los pensamientos, habitáculo del
anhelo.
El pelo.
Lugar del escondite
lugar de las señales
lugar de los piojos
habitáculo
de las liendres
El pelo.
Lugar de las ideas,
cuartucho de la máscara
lugar de los enredos.
Los piojos mastican la inocencia,
las liendres transitan los pensamientos.
El pelo.
Engendro de la máscara, del piojo y del deseo.
El pelo
lugar del vínculo
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Primero era lavarme el pelo. Con calma agua
jabón con calma era
deshacer el pensamiento. Con tus dedos rascar la
cabeza. Con calma
deshacer los nudos con calma. Frotar la nuca con
el hueco de las manos
frotar la nuca. Con calma alisar el anhelo con
calma. Luego era
enjuagar con agua vinagre enjuagar. Aclarar el
escondite con el
vinagre aclarar. Más tarde era el peine y con el
peine deshacer, desenredar el
pensamiento, y con el peine era desalojar y con el peine
era deshabitar y con el peine era desvincular y
luego venía la
creación del tirabuzón rizado. Con tu dedo, con
el fragmento, con el
trozo, con las partes, con solo un pedazo de
pelo y tu dedo se daba
paso a la creación del tirabuzón rizado. A veces
con el canuto de una
cañavera, casi siempre con tu dedo solo. Señal
única de lo sutil.
Engendro del sueño.
El pelo.
Escrito en Junio de
2017, mes de San Juan.
una madre
peinando a una niña en un corral
en Valderrubio
yo también soy esa niña
nunca tuve una foto del tirabuzón rizado
hoy Antonia me manda su foto
su madre peina su pelo
rizado
encontré mi foto
en el cortijo Daimuz
Whatsapp de Antonia. Miércoles 14 de junio de 2023
¡Ay,
es verdad! Mi madre es Carmen y a mí, como era pequeña, me llamaba
Antoñita Mari.
Las
trenzas durarían poco, pues su razón era el peinado de la primera comunión.
Pasado ese día, Carmen, tijera en mano, cortó bien cortito, a pesar de mis
negativas y llanto:
─ Luego
verás que te crecerá más fuerte y bonito...
Eso me decían mi madre y mi hermana
cómplice...Claro, mi hermana Paquita (siete años mayor) no tenía el pelo rizado
y nunca necesitó las manos de mi madre.
La foto está tomada en el corral de la casa
un domingo de verano. El arreglo de la niña es para ir a la misa.
Mi
madre abría el tubillo de brillantina y mientras ella se untaba las palmas de
sus manos, yo enroscaba el taponcillo. Pasaba con suavidad sus manos por mi cabeza,
el peine por el pelo y hacía las dos trenzas. Siempre quedaba algún rizo
rebelde en el flequillo porque yo lo comprobaba palpándome la frente:
─ Hay un
moñillo, mamá, mira...
Entonces ella remataba con un beso en mi
cabeza y yo, satisfecha.
Por suerte para mí,
con ocho años enfermé de sarampión: ¡qué malita me sentía! Pero ella me dejó
dormir dulcemente en su gran cama matrimonial.
¿O era
para no contagiar a mi hermana?
No
sé, lo olvidé. Amo a mi madre.
Nací en un cortijo
llamado Daimuz, sí el cortijo de Federico, cerca de Valderrubio.
Antonia
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